sábado, 26 de noviembre de 2016

Apreciado Ivo:

Te escribo cuando puedo. No cuando debo. No cuando quiero. Estoy ausente.
Aprovecho el trayecto en bus para vomitarte unas líneas, para observar de cuando en cuando la orilla del mar, bañada por el suave oleaje, las ramas de los árboles, desnudas, como mi mente para ti, mecidas por la leve brisa de inicios de primavera. Todo ello al compás de Do I wanna know?
A veces me pregunto si Santander es hermoso pero me habré habituado a sus grises defectos. A veces me pregunto si Santander será un lugar horrible, pero me habré acostumbrado a sus gentes, a los bellos recuerdos que, poco a poco, he ido almacenando en el cajón de sastre de mi mente.
A veces me pregunto si Santander será, realmente, un lugar del cual huir.
Y me siento confusa. No sabría qué contestar. ¿Puedes decir lo mismo de Granada? Acabo de levantar los ojos del cuaderno y me he topado con la mirada interesada de un chico. Me encantan estos fugaces momentos. Quisiera coleccionarlos.
Últimamente vivo en una constante sucesión de efímeros momentos encadenados. Porque ya nada permanece. Porque ya nadie permanece. Porque la vida se agota, nos agota. Nos consume.
Acabo de pasar junto a una casa donde el otro día pasé la noche y he pensado en lo bonito que fue. A pesar de todo. Y en que fue. Nada más. Porque no puedo pedir más. Tan solo que vuelva a ser. Para caer, una vez mas, en esta maldición del tiempo pretérito. Pero, ¿es que no existen ya, acaso, sentimientos, emociones constantes? Entonces, ¿qué somos tú y yo? Porque ahí estás, y aquí estoy. Pese al tiempo, pese a la distancia, pese al miedo y al dolor. Pese a que a menudo no soy. Pero soy. Pese a que, en otras ocasiones, no estoy en mi. Y sigo siendo.
Basta ya con esta maldita abstracción y con la misma canción en bucle, aunque no me sature.
Ha sido un bonito viaje de regreso a casa a tu lado, a pesar de los kilómetros que nos separan.
Te quiero, Ivo.
Sara.
23 de marzo de 2016.

PD. Mientras reunía cartas para enviar encontré esto y sentí la necesidad de publicarlo. A pesar de todo, he cambiado mi forma de ver las cosas en muchos aspectos. Supongo que no me siento tan pesimista. Supongo que, pese  al materialismo que rige mi forma de entender la vida, ciertas personas me han demostrado que, sean o no permanentes, no se van a ir jamás sin un motivo lo suficientemente bueno para hacerlo, que pueden ser sanas para mi, al igual que tú, a pesar del tiempo y de todos los inconvenientes que podamos encontrar (y, cuando escribo esta carta, ya había una serie de personas que lo demostraban, así que no creo que hablase en términos de amistad). Fue una época sencilla que quise entender como dura. Por los cambios, por la brusquedad con la que se produjeron. Ahora me hallo en una época dura que espero aprender a entender como sencilla. Al menos sé que cuento con los apoyos y la fuerza de voluntad necesaria para lograrlo.

sábado, 13 de agosto de 2016

Mi condena es esta soledad, esta melancolía, esta máscara y facciones de persona fría.
Esta hora de tormento que me espera al anochecer, y algunos cielos grises al alba, al parecer.
Esta presión en el pecho que me ahoga, y esta respiración entrecortada cuando el reloj no avanza, cuando las horas se hacen eternas, cuando el tiempo se demora.
Este halo terrible que me rodea, aunque se muestre cálido, tímido, edulcorado, esconde fracaso, derrota, pena.
Es el exilio de mis sentimientos, la huida de mis secretos, lo que me eleva, lo que me transporta, lo que me desordena.
No quiero ser lo que más he temido, no quiero reproducir los puñales que se clavaron en mis entrañas, no quiero repetir errores ajenos, no quiero ser de otros mi misma condena.
Tan solo espero cerrar todas las puertas y ventanas que me unen a todo aquello que no se pueda borrar del pasado. Pero sé que nunca volvemos a ser los mismos, y eso me frena, me envenena.
A veces me pregunto dónde estoy, qué hiciste conmigo, por qué nadie te para, nadie te calla, nadie te encierra,
como tú hiciste con mi inocencia, con mis ojos humildes, mis ingenuas ilusiones y el final de mi larga espera.
Porque eres peor que todos mis otoños juntos, cada una de mis tormentas. Y no te mereces ni el más mínimo atisbo de primavera, pero eso nadie, nunca, lo tiene en cuenta.

martes, 14 de junio de 2016

Susurró. Con voz tenue. Y comenzaron a sospechar.
Alzó la voz, y decidieron empujarla al abismo para ahogarla.
Gritó a pleno pulmón. Pero ya nadie podía oirla.

lunes, 14 de marzo de 2016

"La voluntad inquebrantable de la autodestrucción."

Huelo a humo, a alcohol, a fracaso. A promesas olvidadas y sueños que quedaron por cumplir. Que se extraviaron, se marchitaron, declinaron todas mis proposiciones.
Huelo a tantas cosas que simbolizan derrota, y eso me aterra, me atormenta. El pasado me persigue; el futuro me tiende una soga. Y no sé olvidar. Y no sé cómo afrontar los designios del azar, de la suerte.
De cuando en cuando salgo a buscarte, esperanza. De bar en bar, de copa en copa. Me inyecto besos amargos en vena, me chuto algunos versos y caigo rendida y seminconsciente en esta cama, para despertar herida de los pies al alma cada mañana. Y leo a Erich Fromm y planeo rendirme. Porque me he convertido en lo que más detestaba.
A veces me pregunto cómo escapar de la madrugada, de la luz que me ciega, que me recuerda que sigo viva, aunque no lo creas, aunque haya perdido el rumbo. Pues aún me quedan fuerzas, y unas piernas que no saben hacia dónde caminar pero odian quedarse quietas.
Creo que he olvidado el sentido, que alguien ha apagado el motor, que me ha robado el aliento. Que han decidido, machete en mano, cortar los hilos que me unen a mi yo pasado, a sus objetivos, a sus ansias y anhelos. Pero, repito, aún me quedan fuerzas. Y te estoy buscando, esperanza, aunque te resistas, aunque te escondas. Aunque a veces mienta y comente que estoy a tres cervezas de olvidarte, que puedo sola, que no necesito guía. Y es así. Pero sólo tú tienes las respuestas a mis preguntas, unas preguntas que yo misma he olvidado.