sábado, 13 de agosto de 2016

Mi condena es esta soledad, esta melancolía, esta máscara y facciones de persona fría.
Esta hora de tormento que me espera al anochecer, y algunos cielos grises al alba, al parecer.
Esta presión en el pecho que me ahoga, y esta respiración entrecortada cuando el reloj no avanza, cuando las horas se hacen eternas, cuando el tiempo se demora.
Este halo terrible que me rodea, aunque se muestre cálido, tímido, edulcorado, esconde fracaso, derrota, pena.
Es el exilio de mis sentimientos, la huida de mis secretos, lo que me eleva, lo que me transporta, lo que me desordena.
No quiero ser lo que más he temido, no quiero reproducir los puñales que se clavaron en mis entrañas, no quiero repetir errores ajenos, no quiero ser de otros mi misma condena.
Tan solo espero cerrar todas las puertas y ventanas que me unen a todo aquello que no se pueda borrar del pasado. Pero sé que nunca volvemos a ser los mismos, y eso me frena, me envenena.
A veces me pregunto dónde estoy, qué hiciste conmigo, por qué nadie te para, nadie te calla, nadie te encierra,
como tú hiciste con mi inocencia, con mis ojos humildes, mis ingenuas ilusiones y el final de mi larga espera.
Porque eres peor que todos mis otoños juntos, cada una de mis tormentas. Y no te mereces ni el más mínimo atisbo de primavera, pero eso nadie, nunca, lo tiene en cuenta.